martes, 12 de mayo de 2015

En provincia, Augusto D’Halmar

Augusto D’Halmar, primer Premio Nacional de Literatura (1942), escribió este cuento de ocho páginas compilado en Antología del Cuento Chileno, por Calderón, Lastra y Santander, impreso por Editorial Universitaria.
El título refiere a lo localista y las connotaciones negativas que para un capitalino como el nuevo jefe del protagonista conllevan.
La composición (inicio, desarrollo, desenlace) está claramente definida primando un esquema organizativo cronológico propio del cuento naturalista al que el autor pertenece, sin embargo la variante está en que el narrador cuenta su vida actual, y luego a modo de confesión urde la trama. Es la técnica temporal del racconto. “En provincia”, en sus aspectos formales y temáticos es catalogable -mediante una forzosa generalización- como un cuento realista: Posee una descripción si bien no abundante, relevante; contiene una temática social y una crítica, escapando a una cosmovisión romanticista; y por último utiliza un lenguaje que pretende retratar de manera fidedigna la realidad.
EL texto está compuesto de múltiples párrafos divididos apenas por puntos seguidos, apartes son más bien intermedios, no saltan un espacio sino dividen las secuencias de acciones. Está compuesto por una estructura que permite fluidez y carece de descansos importantes como puntos apartes más separatistas de los párrafos.
El registro de habla es un culto informal, y está expuesto por el narrador protagonista en este caso. Intervienen en la acción cuatro personajes: Borja Guzmán, tenedor de libros; Clara, la esposa del dueño del local y amante de Guzmán;  el Patrón y esposo de Clara y Pedro hijo ilegítimo de Clara, quien interviene con su existencia.
Guzmán es un personaje complejo, redondo para ser más precisos –bajo la teorización de Forster- que nos plantea su mundo interior, aquello que lo aqueja y mueve a escribirnos esta, su confesión.
El tema central, trama de este cuento es el dolor que aqueja al narrador, esto es, la traición de la que es presa por parte de Clara. El argumento está en que Clara, esposa del empleador de Guzmán comienza a frecuentar al trabajador con quién llega a tener relaciones sexuales resultando de ese único encuentro embarazada, para así satisfacer a su marido que ansiaba descendencia. Borja queda entonces relegado a segundo plano, es ignorado por Clara y no puede darle su apellido al niño que ella engendra.
En la organización del texto vemos a un Borja nostálgico de entrada, incluso antes de comenzar la narración, D’Halmar  presenta un fragmento poético de Maurier en francés, que habla sobre la banalidad de la vida y la poca esperanza: “La vie est breve: Un peu d’ espoir, un peu de rêve, et pus bensoir” Lo que ya nos sitúa en un ambiente de desolación y en una atmósfera dominada por la añoranza.
El conflicto de Borja Guzmán es saberse un solterón y que cuando al fin, parecía lograría vencer esa soledad, Clara no sólo juega con su emocionalidad sino que además le trae al mundo un hijo propio, al que convierte en ajeno y del que lo priva en definitiva.
En el primer párrafo y los siguientes hasta el cambio de escenario, el narrador plantea sus datos biográficos generales, su edad cincuenta y seis años, su origen provinciano, su mundo, describe su cotidianidad laboral, sus ocupaciones y el deseo de contar esta confidencia a alguien que la lea. Plantea los cambios de administración y como su salario fue variando hasta disminuir, motivo que el plantea como causa de su soltería. Plantea además un quiebre en su vida, el de Clara: “Un suceso vino a clausurar a esa edad mi pasado, mi presente y mi porvenir, y ya no fui, ya no soy, sino un muerto que hojea su vida”. Cuenta al lector que cuando no se siente somnoliento saca del estuche la flauta y da comienzo a elegías para sus muertos. En este segmento el autor produce realidad a través del detalle de la pluma: “(…) Hace cuarenta que llevo la pluma tras la oreja”. Lo que quiere decir que trabaja en un puesto administrativo, y que lleva largo tiempo en ello. El modelo de Barthes entonces nos expone un mero detalle carente de narración y se convierte en un indicador de ocupación y personalidad del narrador protagónico.
Luego en la siguiente unidad estructural ingresa el sobrino del último dueño a su vida, ese hombre de capital junto a su esposa, y a ellos les concede una interpretación de flauta que los vincula. He allí el punto de inflexión, donde las vidas comienzan a cruzarse. Continúa explicando el proceso de cambio de esas tertulias, con el marido cada vez menos presente, hasta llegar a ausentarse y dejar a Clara a solas con Borja. Describe la realidad a través de la ubicación espacial de los aposentos de Guzmán: “Una cortina de cretona oculta la ventana que cae a la plaza”. La descripción nos lleva a un rincón contiguo y con vista a la plaza y nos habla de la decoración, es una cortina estampada la que cubre la ventana.
En los encuentros con la mujer, ella le exige que toque su instrumento y él sonrojado lo hace, con la cautela propia de su inseguridad derivada de la calvicie y el descuido de su estado físico. Entonces en una velada, la mujer toma la iniciativa y apagando la luz se arroja a los brazos y labios de Guzmán llegando a tener sexo, en ese único encuentro íntimo entre ambos. Pero ese romance no perduraría, pues Clara le negó el acceso como amante al punto de no permitir siquiera el beso. Y comenzó a rechazarle abiertamente, alejándolo para siempre.
Nuevamente la felicidad se veía coartada: “¡No, yo debía de haber soñado mi dicha!”
Luego desarrolla el período del embarazo de Clara (embarazo de un hijo ilegítimo fecundado por Guzmán) y el nacimiento de aquel niño proscrito a los cuidados de Borja.
“(…) Me incliné, conmovido hasta la angustia y, temblando, con la punta de los dedos, alcé la gasa que le cubría y pude verlo; hubiese querido gritar ¡hijo!, pero al levantar los ojos encontré la mirada de Clara, tranquila, casi irónica. – ¡Cuidado!- me advertía.”
Y entonces en el período final tuvo que sufrir con la idea de ver al padre sustituto llamarle con su apellido al niño y creerlo/criarlo como suyo, frente a él  en la misma oficina. Una humillación tremenda, que por gracia o desgracia no se prolongó mucho tiempo. El patrón capitalino aburrido de la provincia decide partir con su mujer y el niño arrebatado. Quiso pues en reiteradas ocasiones gritarle la verdad, pero se contuvo en su falta de coraje.
A la hora de almuerzo le comunicó la transferencia de las escrituras y la inminente partida, todo acabaría. En la despedida en la estación, el patrón ahora mero esposo de Clara le entrega un paquete y se despiden, esta será la última vez que vea al niño.
<< ¡Se fueron! Ya en la estacioncita, donde acudí a despedirlos, él me entregó un pequeño paquete, diciendo que la noche anterior se le había olvidado.
— Un recuerdo —me repitió— para que piense en nosotros.
— ¿Dónde les escribo? —grité cuando ya el tren se ponía en movimiento, y él, desde la plataforma del tren:
—No sé. ¡Mandaremos la dirección!>>
Cosa que podemos sospechar jamás ocurrirá ya que la mujer evitará a toda costa la relación de su hijo con el padre biológico. El simple empleado gordo y calvo.
En la reflexión final del texto, aparece la frase anotada en el presente, un marco y una fotografía de Clara y su hijo. En ella se ve el destino desfavorable que tendrá Guzmán:
<<“Pedro a su amigo Borja”
¡Su amigo Borja!...¡Pedro se irá de la vida sin saber que haya existido tal amigo.>>


De tal manera cierra D’Halmar el cuento, y es esta frase con claros tintes trágicos, la expresión estilística de un autor que roza entre el realismo y más intensamente en el naturalismo.

sábado, 9 de mayo de 2015

Conciencia Breve/ Iván Egüez Crítica

Conciencia breve/ o cómo la culpa nos desnuda.

<<En “Consciencia Breve”, busqué  una dosis de humor, pues la literatura latinoamericana es, en general,demasiado solemne>> 
Extracto de comentarios vertidos por el autor para la presente antología. Iván Egüez (2009) 16 cuentos latinoamericanos. Santiago. CERLALC/Lom editores

La narración es evidentemente humorística, provoca y busca la risa del lector con una situación paradójica y con tintes de tragedia cotidiana.
Egüez nos presenta un cuento de una página y media, bastante depurado y carente de frases sin un objetivo claro o que no aporten a la realización del desenlace. El mismo postula: “siguiendo los consejos de Quiroga, el cuento debe tener no sólo un ahorro de elementos sino que todos ellos deben existir en función del final”. Este afán está presente en la narración, y es esta preocupación por las palabras precisas, lo que genera un texto poblado de intersticios y espacios por completar de sentido.
Generosamente el autor nos entrega una sabrosa intriga de amor expuesta en breve, que apunta en una dirección hacia la conclusión y de pronto hay un giro dramático. El error de un cuerpo torturado por el remordimiento y la sospecha.    

Plantea en esencia dos tópicos: la infidelidad, y por otra parte la conciencia y la respectiva culpa.
La trama del cuento está en que el personaje principal, que viaja en automóvil junto a su esposa, por accidente halla -junto a los pedales del vehículo- un objeto extraño que sospecha, pertenece a su amante. Hace todo lo posible por deshacerse de esa presencia que le recuerda la infidelidad de la última noche. Encuentra la ocasión en una curva  y distrae astutamente a su mujer, arrojando el zapato de tiras azules por la ventana. Al llegar al trabajo de ella, se percata que el zapatito extraviado, (cual cenicienta huyendo del baile) pertenecía a su esposa.
Coloquialmente diríamos “se ha puesto el parche antes de la herida”. Y cuán bien resume la idea de lo narrado esta expresión idiomática.

Es que cuando martillea en la mente una fuerza descomunal y anónima (pero imperante), es cuando descubrimos una aterradora verdad: somos seres conscientes. Fernando Pessoa plantea: No me remuerde la conciencia, sino estar consciente”. El problema es entonces, más hondo, no es simplemente tener la facultad de discernir fuerzas dicotómicas, sino ingresar en el estado de valorar el bien y el mal, el real conflicto. Y es precisamente el estado activo lo que azota al protagonista.
El primer lienzo por trazar que nos obsequia el autor a los lectores, es el estatus de la mujer anónima en la vida del protagonista, ya que no sabemos a ciencia cierta, si es su amante de años, una presencia casual e intermitente, o de dónde es que la conoce. Lo que sí podemos entender, es que se visitan con frecuencia, esto se desprende en el siguiente fragmento: “De golpe recordé que anoche fui a dejar a 
María a casa y el besito candoroso de siempre en las mejillas se nos corrió (…)”                                                                                                                                                                       
Otro motivo por el cual se siente amenazado, es la suspicacia de Claudia, quien inmediatamente se percata del cambio de humor del conductor. Y es que cuando se busca ocultar una evidencia a toda costa, es cuando más se expone la verdad.
Luego conduce a Claudia al trabajo, tras el supuesto éxito de su empresa-“Sin pensar dos veces lo tiré por la ventanilla. Bordeé el redondel, sentí ganas de gritar, de bajarme para aplaudirme, para festejar mi hazaña (…)”-, sin embargo nunca nos enteramos la ocupación laboral de Claudia, ¿Por qué viste tacos de tira azul? Surgen nuevas conjeturas y la certeza que emerge es que el protagonista está en graves problemas.

En un planteamiento de sucesiones y actos, podríamos comprender las fuerzas involucradas en el cuento, como un conjunto de factores que confluyen al desenlace. El protagonista es la fuerza principal del relato, éste persigue un deseo que es ocultar la supuesta evidencia de la infidelidad. El beneficiario de aquello es precisamente él mismo (o bien su matrimonio). El impulso que lo lleva al acto desesperado, es su propio remordimiento y su oponente en conseguirlo es Claudia, que lo mira directamente evitando los planes de lanzar el objeto. Su ayudante es bien los patrulleros que sirven de excusa como la curva que le permite distraer a su mujer.

Es interesante que a través del humor se plantee un tópico humano tan complejo como es el estado consciente. Creer que el objeto artístico es la gracia y la picardía, sería caer en un error si no superficial, bastante “en las líneas”. Lo que nos deja pensando el autor es en esta devoradora parte de nuestra conformación psicológica, esa zona pantanosa y confusa que golpea las tripas y anula el raciocinio; aquel aparato que genera culpas y nos impulsa incesantemente hacia decir la verdad.
Las máscaras se caen y quiebran en mil pedazos, los planes mejor urdidos se estropean cuando arremete la consciencia y tal cual el protagonista, acabamos derrotados y expuestos, casi desnudos en nuestras fallas.

¿Qué será ahora pues del hombre que arrojó el zapato de su esposa por la ventana? Esa es la pregunta más atractiva que nos deja el cuento y de seguro no será nada bueno. ¿Cómo escapar al destino trágico? Imposible. La paradoja queda expuesta al punto del absurdo.
¿Qué visión entonces obtenemos del tópico de la infidelidad en el texto?                                                                 
Pareciera que la falta a la fidelidad monógama es una realidad posible de llevar, siempre y cuando no se dejen evidencias de ello. Si el hombre no hubiese sentido el zapatito, jamás habría cometido el error de lanzarlo, si Claudia hubiese mantenido ceñido al pie su calzado, el protagonista no habría sentido el remordimiento invadiendo su juicio. Pero esto es conjeturar y debemos apegarnos a lo narrado. Por ello es que el cuento presenta una visión desmoralizada del acto infiel, ya que jamás se le juzga entre las líneas, sino que es él mismo quién se culpabiliza por haber tenido en el auto, la noche previa, a María.
En la discreción y la astucia está el éxito del adultero, y nuestro protagonista no tuvo tal destreza.






Conciencia breve, Iván Egüez. Texto íntegro

Esta mañana Claudia y yo salimos, como siempre, rumbo a nuestros empleos en el cochecito que mis padres nos regalaron hace diez años por nuestra boda. A poco sentí un cuerpo extraño junto a los pedales. ¿Una cartera? ¿Un ...? De golpe recordé que anoche fui a dejar a María a casa y el besito candoroso de siempre en las mejillas se nos corrió, sin pensarlo, a la comisura de los labios, al cuello, a los hombros, a la palanca de cambios, al corset, al asiento reclinable, en fin. Estás distraído, me dijo Claudia cuando casi me paso el semáforo. Después siguió mascullando algo pero yo ya no la atendía. Me sudaban las manos y sentí que el pie, desesperadamente, quería transmitir el don del tacto a la suela de mi zapato para saber exactamente qué era aquello, para aprehenderlo sin que ella notara nada. Finalmente logré pasar el objeto desde el lado del acelerador hasta el lado del embrague. Lo empujé hacia la puerta con el ánimo de abrirla en forma sincronizada para botar eso a la calle. Pese a las maromas que hice, me fue imposible. Decidí entonces distraer a Claudia y tomar aquello con la mano para lanzarlo por la ventana. Pero Claudia estaba arrimada a su puerta, prácticamente virada hacia mí. Comencé a desesperar. Aumenté la velocidad y a poco vi por el retrovisor un carro de la policía. Creí conveniente acelerar para separarme de la patrulla policial pues si veían que eso salía por la ventanilla podían imaginarse cualquier cosa. -¿Por qué corres? Me inquirió Claudia, al tiempo que se acomodaba de frente como quien empieza a presentir un choque. Vi que la policía quedaba atrás por lo menos con una cuadra. Entonces aprovechando que entrábamos al redondel le dije a Claudia saca la mano que voy a virar a la derecha. Mientras lo hizo, tomé el cuerpo entraño: era un zapato leve, de tirillas azules y alto cambrión. Sin pensar dos veces lo tiré por la ventanilla. Bordeé ufano el redondel, sentí ganas de gritar, de bajarme para aplaudirme, para festejar mi hazaña, pero me quedé helado viendo en el retrovisor nuevamente a la policía. Me pareció que se detenían, que recogían el zapato, que me hacían señas. -¿Qué te pasa? me preguntó Claudia con su voz ingenua. -No sé, le dije, esos chapas son capaces de todo. Pero el patrullero curvó y yo seguí recto hacia el estacionamiento de la empresa donde trabaja Claudia. Atrás de nosotros frenó un taxi haciendo chirriar los neumáticos. Era otra atrasada, una de esas que se terminan de maquillar en el taxi. -Chao amor, me dijo Claudia, mientras con su piecito juguetón buscaba inútilmente su zapato de tirillas azules.